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martes, 7 de diciembre de 2010

Palomas tontas



Cuando empezaba a prosperar y a sentirse mejor por todo, mecánicamente su cuerpo enfermaba y se reducía dentro de sus prendas. Siempre con la cara larga forzaba de vez en cuando una de esas sonrisas horribles que tanto gustaban. Su mejor amigo acababa de contarle todas sus miserias y no eran diferentes a las del resto de sus amigos, tampoco eran diferentes a las suyas.

El aire soplaba gélido y el frío se colaba en el cerebro. Todos los temas de conversación giraban en torno al hecho de que era invierno. Y caminaba con las manos metidas en los bolsillos del abrigo hacia su casa. De repente vio algo que le llamo la atención.

Encima de unos cuantos árboles plantados en la mediana de una estrecha carretera de barrio había un montón de palomas posadas. Las ramas eran muy finas y no soportaban el peso. El árbol estaba lleno de frutos de color oscuro. Apoyadas en las ramas las palomas intentaban picar el fruto del árbol girando el cuello de forma extraña. Sus maneras no eran para nada económicas. El hambre y la miseria habían empujado a aquellas palomas a comer de un árbol que era más propio de gorriones. Justamente cuando iban a picar el fruto se caían y volvían a engancharse en una rama.

Esto le provocaba risa y pena. Risa por lo torpes que resultaban aquellas palomas y pena por la situación a la que se habían visto empujadas aquellas aves.

-¡Qué estúpidos animales! – pensaba él.

El sol de mediodía traspasaba las nubes y le dejaba casi ciego. El cielo parecía un horrible folio en blanco y reflejaba intensos rayos de luz ultravioleta. Las palomas no dejaban de moverse alrededor de aquellos árboles plantados en fila. Y sus ideas acerca de las cosas no podían ser más nimias. Los colores eran mucho más intensos que de costumbre, tanto que empezaban a desaparecer sus perfiles. Sus ojos cansados dejaron de procesar información y siguió su camino.

De que genialidad hablaban. Cuantos ejemplos hacían falta para reconocer que uno formaba parte de todo y que todo estaba contenido dentro de cada uno. El mundo entero y su concepción, su juego y razón alcanzaban el mismo radio para todos. Cada vez que pensaba en ello se mareaba y no era el único. La gente se mareaba a menudo.

La genialidad no era nada más que una tomadura de pelo. Por muy inteligente que se creyera uno, nunca sería lo suficientemente brillante como para reconocerse hecho de la misma madera innoble que el resto. Una supuesta diferencia con los demás no suponía casi nada.

Y pensaba en las palomas y en su relación con todo lo acontecido en su mente hacía media hora. No existía interpretación posible acerca del comportamiento de aquellos animales. Su pensamiento era ocioso e insoportable y nadie debía conocerlo. La sociedad brillaba, sus amigos y su familia le necesitaban y él mismo se necesitaba. El mundo entero se necesitaba de carácter urgente. Cuantas cosas pensaban todos ellos y se equivocaban o no. Era un acontecer y una presencia inagotable y todo giraba en torno a ellos.

Y un puñado de palomas estúpidas no significaba nada.


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