Le
llamaron por teléfono para concertar una entrevista de trabajo. La cobertura no
era muy buena y apenas podía entender la voz de su interlocutor. Finamente
lograron concertar la entrevista. Colgó el teléfono y se tumbó en el sofá. El chico
pensaba que ya le habían aceptado y que aquello solamente se trataba de una
formalidad.
Lo
que no sabía el chico era lo que le esperaba.
Al
día siguiente cogió la bici y con mucho tiempo por delante se dirigió hasta el
lugar de la cita. Mientras pedaleaba tranquilamente, pensaba en lo maravilloso
de todas las cosas. Disfrutaba del clima otoñal y de la temperatura de la
calle. Le gustaba sentir que se acercaba el invierno y que los días eran cada
vez más cortos.
Aparcó
y enganchó la bici en una señal de tráfico. Estaba contento porque había
llegado puntual como un reloj. Nada más entrar en el local preguntó por su
entrevistador. Le dijeron que tenía que esperar un poco. No le importaba. Se
sentó en la barra del bar y pidió una cerveza mientras esperaba pacientemente.
A
los quince minutos se acercó una chica que no conocía de nada y le invitó a
pasar a una especie de despacho decorado con barriles de cerveza y pósters de
propaganda. Sentado en una mesa le esperaba su entrevistador. Un hombre gordito
con traje y con cara de buena persona. Acto seguido se presentaron y se dieron
la mano.
-
Bueno F. A pesar
de lo que pueda parecer quiero que sepas que puedes dirigirte a mí con toda
naturalidad. Quiero que la entrevista sea lo más distendida posible, ¿Entendido?
-
Entendido. – Contestó
el chico.
-
Lo primero que
quiero que sepas es que la entrevista la vamos a grabar. No pienses que se
trata de algo inusual. Siempre grabamos las entrevistas que concedemos a
nuestros candidatos. Esto nos facilita tomar decisiones mucho más objetivas y
nos ahorra trabajo administrativo.
-
Me parece
perfecto.- contestó el chico mientras pensaba en lo raro y oscuro de todo
aquello.
No
entendía como de repente, lo que él consideraba una entrevista formal se había
convertido en una especie de interrogatorio.
-
En primer lugar
F., quiero que nos cuentes algo acerca de tu último puesto de trabajo.
El
chico les contó todo le que deseaban saber. Les contó incluso más de lo que
ellos esperaban averiguar. Enlazaba su discurso de forma coherente y parecía
que incluso disfrutaba con ello. Siguieron a su respuesta un montón de
preguntas más, una detrás de otra. El chico contestaba con naturalidad pero
sentía que cada vez se vendía con más intensidad. El problema era que tampoco
le interesaba tanto el puesto. Por lo menos no le interesaba lo suficiente como
para no reconocer que realmente estaba allí por la pasta.
Cuando
terminaron las preguntas acerca de su experiencia profesional empezaron las
preguntas tipo trampa. Eran preguntas que desvelaban perfectamente el perfil
del entrevistado. Estaban hechas perfectamente para juzgar psicológicamente
cualquiera de las posibles respuestas del interrogado. No obstante, supo el
chico esquivar sus impulsos y contestó con toda normalidad y de manera que pudo
convencer a sus entrevistadores de que se merecía el puesto.
Fatalmente
tuvo que llegar la última pregunta.
-
¿Cuál es la
verdadera razón por la cual quieres trabajar con nosotros?
Pensaba
el chico en las verdaderas razones por las cuales la gente hacía las cosas. Era
complicado. Él estaba allí por el dinero. Estaba claro que no podía decir
aquello, el caso es que no supo disfrazar muy bien su respuesta. Habló de la
importancia del trabajo y de la necesidad de un oficio pero poco a poco fue
profundizando en el tema y acabó desvelando su verdadera identidad.
-
¡Yo soy escritor!
Y si queréis saber la verdadera razón por la cual quiero trabajar con vosotros
no me andaré con rodeos. Necesito el dinero para seguir viviendo y poder seguir
escribiendo. Pero lo que no queréis saber es que la verdadera razón por la cual
escribo es para que algún día no necesite recurrir a gente de vuestra calaña. ¡Sí!
Escribo para no tener que desperdiciar mi precioso tiempo con gente como
vosotros. Y no me refiero concretamente a vosotros. Me refiero a cualquier
persona que me obligue a desempeñar un oficio que detesto. La verdad es esa.
Pero puedo decir más. No existe la inspiración en el modelo de sociedad en la
cual vivimos. No creo que exista nada que no tenga que ver con la vida y con el
dinero. La gente se mueve de manera egoísta y piensa que trasciende su
condición de ser humano. Nada más lejos de la realidad. No existe la inspiración
en los músicos ni tampoco en los escritores. Tampoco existe en los arquitectos
ni tampoco en los cocineros. No existe ni en los curas ni en las monjas.
Tampoco existe en los abogados. No existe en los emprendedores y mucho menos en
los empresarios. Tampoco existe en los médicos ni en los misioneros. Puede ser
que solamente exista en los borrachos y en los suicidas, pero me atrevo a decir
que ni siquiera en ellos existe. Todo tiene su componente egoísta y puramente
material. No existe la vocación ni tampoco la inspiración. Creo que saben a lo
que me refiero.
Realmente
no tenían ni idea de qué demonios estaba hablando. Ni siquiera él mismo se daba
cuenta de lo que decía. Se había dejado llevar por los impulsos de un loco
seguro de sí mismo. Impulsos que cuando salían a la superficie no tenían
sentido para nadie. Lo había echado todo a perder. Entonces solamente pensaba
en marcharse de allí para siempre. Desaparecer sin dejar huella. De repente, su
entrevistador se levantó de una forma muy rara y con una gran sonrisa le dijo.
-
Chico, admiro tu
sinceridad. ¡Estas contratado! Déjame que te ponga al día con las condiciones.
Tu sueldo bruto asciende a mil doscientos euros. Eso quiere decir que…
Antes
de que acabara de hablar el chico le cortó.
-
¿Pero es que no
ha entendido nada de lo que le he dicho? Después de mi sincero discurso, ¿cree
realmente que voy a aceptar su oferta?
-
Claro que sí. -
Contestó su jefe.
…